El presidente de México enloqueció hace 50 años. Avándaro, un festival de rock pacífico pero subversivo, provocó miedo en las mojigatas autoridades priístas que gobernaban al país.
Jorge Meléndez, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y enviado por El Universal, junto con Humberto Musacchio, a cubrir ese Festival de Rock y Ruedas, recuerda la víspera de aquellos tiempos de protesta juvenil y represión.
En 1968, un evento estudiantil en Berkeley, Estados Unidos, es reprimido, con un saldo de cuatro estudiantes muertos. Las Panteras Negras aspiran a derrocar al gobierno estadunidense. Los jóvenes están hastiados de la guerra contra Vietnam. Paz y amor, abanderan los hippies, que también le dan vuelo a las drogas prohibidas: la mariguana y el LSD.
Ese 68, en México ocurre también la masacre de estudiantes del 2 de octubre; y el 10 de junio de 1971, el Halconazo. En ambas represiones mueren estudiantes de la UNAM, del Poli y de otras instituciones educativas.
En 1969 se realiza Woodstock, el festival masivo de rock más memorable. Congregó a legendarias bandas como Creedence Clearwater Revival, Santana, Caneed Heat, Grateful Dead, Joan Báez, Janis Joplin y Jimi Hendrix, quien cerró el concierto. Asistieron unos 500 mil jóvenes.
En México, muchos grupos, incluso de izquierda, veían al rock como agente del imperialismo. Para el gobierno, era subversivo.
“Chin chin el que no la cante”
En el Festival de Rock de Avándaro se esperaban de 20 mil a 60 mil jóvenes y al final llegaron unos 300 mil. La primera canción que se tocó fue Marihuana y Ricardo Ochoa, vocalista de Peace & Love, dijo que era “la rola con la que se identifica toda la juventud de ahora” y “chin chin el que no la cante”. También interpretó otro tema controversial: We Got the Power (Tenemos el poder).
Todo esto y la mojigatez (por la encuerada) y el miedo (por la inesperada afluencia juvenil), enloqueció al presidente, quien ordenó a todos los medios satanizar un festival al que también acudieron familias enteras. La excepción fue la revista Piedra Rodante, donde un sacerdote escribió los mejores reportajes sobre Avándaro y llamó a los jóvenes mexicanos jipitecas (hippies aztecas). A Meléndez y Musacchio no les publicaron ni una línea en El Universal ni en otros medios, según confirman ambos a Gaceta UNAM.
De ese control presidencial de medios y cómo fue la satanización del llamado Woodstock mexicano, hablan los titulares de los periódicos de entonces: “¡Avándaro, el infierno!”, “¡Avándaro, la locura!”, “Nudismo y mariguana”, “Hospital para degenerados”, “Encueramiento, mariguaniza, degenere sexual, mugre, pelos, sangre, muerte”…
Meléndez da fe de todo lo contrario: fue un festival pacífico, aunque sí hubo destrampe, droga y alcohol, y una joven se quitó la blusa y el sostén. Pero hubo respeto entre los asistentes. No hubo orgías, como afirmó la prensa.
Avándaro mostró la gran represión que había contra la juventud. Después del festival se prohibió el rock en el país. Sólo se tocaba a escondidas, en lugares semiclandestinos, llamados hoyos fonky por Parménides García Saldaña, autor de Pasto verde.
Su repercusión es tal que exhibe “las excrecencias que todavía hay en México, en la prensa, en el gobierno, en las autoridades… y en personajes que se creen superiores” y no buscan la convivencia de todos para hacer una nación más pacífica, más igual, más unitaria. Porque el país está tan desigual como hace 50 años en su economía, política y cultura, sector al que se le ha recortado el presupuesto.
Mostró también que la juventud mexicana tenía “muchas ansias de libertad, de expresarse, de escuchar la música que nos diera la gana, de una convivencia pacífica, de soportarnos unos a otros, de respetar a quien fumara mariguana, pero también a quien no le gustara”.