¿Sabías que en la fabricación de un pantalón de mezclilla se utilizan 10 mil litros de agua, que el agua que consumimos es principalmente subterránea y que hace más de 100 años se infiltró al subsuelo?
Iris Neri Flores, académica de la ENES Mérida-UNAM especialista en ciencias de la tierra, presenta algunas facetas del ciclo del agua, que también debe ser un ciclo hidrosocial.
De toda el agua de la Tierra, casi 97% es salada y sólo 2.5% es dulce. Si imaginas que toda está en un garrafón de 20 litros, estos serían sus porcentajes: 19.5 litros son agua salada y sólo medio litro es agua dulce, de la cual 344 mililitros están congelados, 154 ml es agua subterránea y 2 ml está en ríos y lagos.
Tres de tres
El agua subterránea se acumula en tres tipos de recipientes o acuíferos, cuya cantidad de agua que contienen depende de las zonas geológicas donde se ubican.
El acuífero granular se encuentra en rocas sedimentarias y es característico de zonas costeras. El acuífero fracturado, en formaciones de rocas ígneas o metamórficas (en las fracturas se almacena el agua). Y los acuíferos kársticos son característicos de zonas donde la principal roca es caliza (tienen mayor porosidad y ahí se almacena el líquido), como la península de Yucatán.
En los acuíferos, el agua se acumula en tres niveles debajo del suelo, llamados flujos gravitacionales de agua subterránea. El primer nivel es el agua que llueve o los flujos locales de agua subterránea. Sale a través de un río, un manantial o un humedal, en un lapso de días, meses o incluso un año.
El segundo son los flujos intermedios o las gotas de lluvia que llegaron hasta la formación acuífera. Esa agua tarda en salir años e inclusive siglos.
Y los flujos regionales son el tercer nivel. En una cuenca, como la del Valle de México, el agua llega desde la parte alta hasta lo más profundo, “y tarda también muchos años en salir”.
Los acuíferos tienen también diferente geografía. Los flujos locales, donde interaccionan sobre todo ríos y lagos, están ligados a la precipitación. Algunos acuíferos están como protegidos; tienen una capa o “como un sellito” llamado acuitardo. Y finalmente está el acuífero o la fuente principal de agua potable para consumo humano o diferentes usos. “Ahí están las zonas potenciales en donde se pueden encontrar los pozos a diferentes profundidades”.
Según la zona, se perfora de 100 a 150 metros, como en el caso de la Ciudad de México y Querétaro, donde la principal fuente es subterránea. En Baja California, en Sonora (ciertos lugares) y en la península de Yucatán toda el agua para diferentes consumos, el 100%, se obtiene del subsuelo.
Subsidencia y desbalance hídrico
En México, el 76% de agua dulce es para uso agrícola, el 14% para usos públicos-urbanos, el 5% para energía eléctrica y el 4% para la industria, apunta la doctora Neri Flores.
En algunas zonas de nuestro país y del mundo es mayor la extracción que la recarga de agua subterránea, lo cual provoca subsidencia o hundimiento del nivel del suelo. Además, si sacamos más agua subterránea de lo que naturalmente se acumula, los acuíferos van a estar en déficit. La Ciudad de México es un ejemplo de subsidencia y de desbalance hídrico.
El nivel del agua siempre debe estar por encima del nivel del mar. En los pozos cercanos a la costa, cuando se extrae agua de más, ocurre una intrusión salina. Y ahí, donde antes salía agua dulce, ahora sale agua salada.
Para evitar la sobreextracción de agua, la subsidencia y la intrusión salina se requiere un monitoreo constante en los acuíferos. Con métodos geofísicos se puede identificar su geometría, saber si un acuífero es somero, si hay acuitardo (zona más impermeable) o si hay un acuífero principal a profundidad.
También se hacen perforaciones y mediciones piezométricas del flujo para saber cómo se está moviendo el agua. Es una especie de topografía de los niveles del agua subterránea.
Además de los balances hídricos a nivel anual (“que es un poco como lo manejamos en México”), se debe saber cómo se mueve el agua a diferentes escalas, ya que éstas cambian según el mes. Ésa es una dimensión temporal a considerar.
Recientemente, el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA ha aplicado un nuevo método que promete mejorar la gestión del agua subterránea. Ha combinado técnicas de percepción remota y datos satelitales para determinar patrones de hundimientos y elevaciones en el suelo de la cuenca Tulare de California, Estados Unidos. Así, con apoyo de los satélites GRACE y Sentinel-1, ha identificado zonas donde hay mayor recarga y zonas donde hay mayor extracción.
Este tipo de información es fundamental para la toma de decisiones sobre el manejo de agua subterránea, el cual también debe considerar el ciclo hidrosocial del agua.
Para su mejor manejo, sobre todo en ciudades como la Ciudad de México, es necesario estar conscientes de que el agua es un recurso finito. Aquí se debe tratar de extraer la menor cantidad posible de agua subterránea para los diferentes usos y aprovechar el agua residual. El 57% del agua residual se va a ríos y lagos. Si pasara por un tratamiento, podríamos utilizarla como agua para riego agrícola, que es el sector que más consume.
En algunas zonas del país, un solo usuario industrial puede alterar el nivel de agua subterránea y ocasionar abatimientos locales. Por ejemplo, “si por acá hay un laguito, ese cuerpo superficial puede desaparecer por una gran extracción”.
Agua virtual
Todas las industrias necesitan agua. Nuestro consumo diario representa sólo 4%. El 96% restante es “agua virtual”, que se ocupa para los procesos de producción, por ejemplo, de algunas prendas y otros productos.
Un pantalón de mezclilla ocupa 10 mil litros de agua. 1 kilo de carne de pollo, 4 mil 325 litros. 1 kilo de carne de cerdo, 5 mil 988 litros. 1 kilo de carne de res, 15 mil 415 litros. Una playera de algodón, 2 mil 495 litros. Del agua embotellada, “el 90% del precio que pagas es el costo de la botella; el agua representa sólo el 10% del total”.
Además, algunas industrias (refresqueras y cerveceras) ocupan el agua para sus mismos productos. Y no se trataría de “ya no más cervezas ni refrescos”, pero sí de identificar zonas de mayor extracción para poner límites o hacer zonas de protección a pozos.
El del agua debe ser un ciclo integrado, “no sólo natural sino también hidrosocial”. Su gestión es un proceso “medio complicado”. No es tan simple como el cálculo “hoy llovió y sólo puedo extraer tanto”. Hay agua que se infiltró al subsuelo hace 50 o 100 años. Por eso debemos no sólo tener una evaluación anual, sino considerar la dimensión espaciotemporal y utilizar nuevas tecnologías (como la percepción remota y datos satelitales) para tomar mejores decisiones sobre la extracción del agua subterránea.