Desde su inicio en 2011, el Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM) ha dedicado una de sus competencias a la producción mexicana, bajo el título de Ahora México, haciendo énfasis en aquellas propuestas que salen de lo convencional y apuestan por la expresión artística.
La selección de la decimocuarta edición, consideró Abril Alzaga -actual directora ejecutiva del Festival-, “tiene una diversidad muy importante en todo: en los tonos, las regiones, las historias. Los registros que presenta Ahora México son muy interesantes y originales. No había visto tanta diversidad y puntos de vista tan personales. Hace tiempo, siento, veníamos reproduciendo ciertos modelos y creo que esta selección los rompe”.
En total nueve películas competirán por el Premio Puma de Plata a Mejor Película Mexicana, que inició el 13 de junio y continuará hasta el 20. A continuación revisaremos los documentales incluidos en la programación.
Formas de atravesar un territorio
El trabajo de Gabriela Domínguez Ruvalcaba, cuyo estreno mundial será en FICUNAM, propone a través de puestas en escena -archivos fotográficos y el encuentro con una familia de mujeres tsotsiles pastoras de borregos que habitan el “cerro musgoso-, explorar de manera libre los vínculos y las formas de habitar territorios en transformación. “¿Pertenecemos a un lugar o un lugar nos pertenece?”, se cuestiona la cineasta en la sinopsis oficial del proyecto.
Domínguez Ruvalcaba recordó en entrevista que el inicio del documental se dio en 2018, cuando conoció al grupo de mujeres que aparece a cuadro y comenzó a crear un vínculo con ellas. “Desde un principio les comenté mi interés por una película en donde ellas pudieran participar también y poder mostrar un poco de lo que ellas hacen”.
Uno de los temas centrales es la forma en que habitamos lugares no sólo de manera física, y cómo el contacto con éstos nos transforma. Es un tópico que la directora sugiere empezó en su niñez.
“Crecí en San Cristóbal de las Casas y, aunque no pertenezco a una comunidad indígena, hemos compartido el mismo territorio. Así que de algún modo es algo que desde hace muchos años he pensado, siempre he tenido esta curiosidad de acercarme y conocer cómo se vive a unos pocos kilómetros de mi casa. De manera más profunda, creo que es algo que estaba gestándose desde entonces.”
la tierra los altares
A través del documental y la inmersión sensorial, Sofía Peypoch vuelve en este largometraje al escenario de un secuestro. Ahí de acuerdo con su sinopsis oficial, “en la oscuridad y el silencio, sus manos buscan del subsuelo los rastros de una memoria enterrada. Otras, otros replican este gesto quimérico. La tierra es un testigo inmutable que se niega a olvidar”.
El filme, contó Peypoch, inició sin el propósito de convertirse en una película: “cuando yo fui a grabar, al sitio del que me levantaron, no fui con la intención de hacer algo. Eso fue hace cuatro años, un mes después de que acababa de pasar, y más bien había un impulso que estaba siguiendo en mi cuerpo, una intuición. Sabía que si llegaba ahí iba a ordenar, o por lo menos eso pensé, poder darle orden a esa realidad, a esa situación”.
“Siempre grabo todo, fotografío todo, y naturalmente me llevé mi cámara, una luz, un flash. Llegué y filmé. Siento que esa parte de la peli es la más bonita, porque se siente que tanto la cámara como yo estamos presenciando el lugar. No hay una cosa de tratar de articular, ni alguien que esté pensando en hacer una película”, explicó la artista visual.
También mencionó que el carácter del proyecto -su mezcla de formatos, el tema y la abstracción visual que propone- la llevó por primera vez a trabajar con un guion, buscando dotar de una estructura más robusta la narrativa. Aunque, al final, siempre estuvo relacionada con la manera en que los espacios guardan memorias y se vinculan con nosotros.
Y añadió: “Mis trabajos tienen que ver justo con la memoria y pensarla como algo que está vivo, que no se queda en el pasado, sino que está constantemente transformándose y sobrescribiéndose, como si fuera un palimpsesto. Para mí, en la película es muy claro. Conforme empiezo a regresar a la tierra y tratar de comprender mi propio proceso, también traté de entender cómo se conectaba con la colectividad de este país”.
Río de sapos
Más que un documental, Juan Nuñch quería ofrecer a la audiencia una experiencia. La oportunidad de conocer algunas costumbres religiosas de una manera más cercana a la emociones y sensaciones que éstas provocan, lejos de acercamientos académicos.
Por ello no es sorpresa que la sinopsis oficial defina la cinta como un ensayo documental “que explora el sincretismo mágico-religioso y la transculturación en las prácticas de fe ocultas, mediante una aproximación sensorial a la naturaleza y los ecos del misticismo que en ella residen.”
Al respecto, Nuñch relata que desde hace varios años se ha ido acercando a las culturas de los pueblos originarios, y de ahí su interés por abordar el tema de esta manera, en especial la vida en la zona de Los Tuxtlas en Veracruz.
“Es algo que me apasiona y tengo muchos años que me ha interesado bastante el chamanismo, las técnicas arcaicas del éxtasis y las plantas de poder. El proyecto inicia con un interés puntual: nahualismo. Empecé a investigar sobre el tema. Quería hacer una película híbrida entre documental y ficción, pero sabía que no podía grabar a un nahual. Pero sí hacer ciertas aproximaciones al tema. Terminó siendo un filme subjetivo y sensorial”, aclara.
“Sentía que más que una historia, tenía postales poéticas. Había ciertos fragmentos y cosas que se repetían, otros que eran cíclicos. Como la naturaleza o la temporada de la caña. Poco a poco fui entendiendo que ciertas cosas en apariencia no tenían una conexión. Así supe que no era una película de historia o el seguimiento de un personaje, sino que me interesaba transmitir que este culto a la muerte puede ser visto desde muchas perspectivas, y cómo influye culturalmente en una sociedad. No buscaba narrarlo explícitamente”, recalcó.
Yūrei (fantasmas)
Las imágenes de esta pieza cinematográfica, creada por Sumie García Hirata, recorren “la historia velada de los mexicanos japoneses y el impacto perdurable del silencio histórico en sus descendientes se retrata a través de una exploración espacial y coreográfica, cuestionando la formación y teatralidad de la identidad individual y colectiva”.
Para la cineasta este es un relato personal y muy cercano, ya que es un tema que no sólo inmiscuye a su familia, anteriormente le había dedicado un cortometraje: Relato familiar (2017). Al respecto subraya: “Era sobre un tío abuelo quien fue sobreviviente de Hiroshima y tenía una tienda de fotografía en Santa María la Ribera, en Ciudad de México. A mí lo que me sorprendió mucho es que cuando la realicé tenía unos 26-27 años y no tenía idea de que era sobreviviente o algo en general de la comunidad”, explicó.
“Por medio de ese cortometraje conocí a la investigadora Daíl Melgar Tizoc, quien está enfocada en movimientos migratorios de Japón a México y Perú. Ella me contó muchas cosas, ahí me di cuenta que quería investigar, empaparme y encontrar historias sobre esta migración, que también se dio del lado de mi mamá; dos de mis abuelos migraron a México antes de la Segunda Guerra Mundial. Me quería enfocar en el impacto que la guerra y la migración tuvo en sus vidas”, detalló la realizadora.
El título hace referencia a la manera en que una migración afecta a quien decide hacer el viaje y, posteriormente, a los que le siguen en su árbol familiar, como si un eco siguiera vibrando con cada generación.
Así lo expone: “Estas cosas del pasado que nos acechan. Y creo que no sólo es de este desplazamiento, sino en muchas otras olas migratorias. Pienso que el pasado y la historia siempre influyen en la manera en la que habitamos, en la que socializamos y formamos comunidades. Es importante resaltar la idea del fantasma y cómo hay muchos traumas intergeneracionales que afectan nuestro pasado y presente. Espero que el entenderlos y estudiarlos nos ayude a curar y ver cómo salir adelante”.