Estudio Niñas, Niños y Adolescentes víctimas del crimen organizado en México
Una ruta de dolor y violencia
El trabajo de la UNAM y la CNDH expone las graves consecuencias de la violencia y el crimen organizado para todos los afectados, tanto de manera directa como indirecta
Luisa no pudo vestirse de negro en el funeral de su primo, ése era el color de la ropa de quienes habían levantado y asesinado a su familiar. Lucía vivió desde pequeña el abandono y la violencia sexual. Se drogaba “porque no quería sentir dolor”. Al padre de Manuel lo “levantaron” y no volvieron a saber de él. Laura vivió la desaparición de su padre y sus dos hermanos. Jonathan recuerda siempre su herida en el tobillo, huella de las cuchilladas de la Mara 18.
Estas cinco historias son relatadas en el Estudio Niñas, Niños y Adolescentes víctimas del crimen organizado en México (2019), elaborado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos y la UNAM, y coordinado por Elisa Ortega Velázquez, investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas.
Las historias fueron realizadas en cinco estados de la República mexicana: Tamaulipas, Baja California, Michoacán, Estado de México y Chiapas. El informe, publicado en 2019, apunta que estos estados “de manera conjunta hilan no solamente una ruta migratoria, sino una ruta de dolor y violencia que va desde la frontera norte con Estados Unidos hasta la frontera sur con Guatemala. Las historias exponen las graves consecuencias de la violencia y el crimen organizado para las víctimas directas e indirectas en un contexto donde claramente la violencia creció de forma exponencial a partir del año 2006”.
Elisa Ortega señala que la idea era hacer un diagnóstico que fuera muy especializado y puntual, con perspectiva de derechos humanos y también de género sobre cómo está la situación en cuanto al cumplimiento de los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes que son víctimas del crimen organizado en nuestro país.
En este tipo de estudios, agrega en entrevista, “utilizamos la técnica jurídica, pero también empleamos técnicas cualitativas, que consisten en la realización de historias de vida, con el fin de tener un diagnóstico, lo más completo que se pueda, sobre este tema”.
Acota que “fue una experiencia muy cruda, por decirlo de algún modo. A través de las historias de vida que realizamos en estos cinco estudios, tratamos de comprender la subjetividad que viven las niñas, los niños y los adolescentes. Tomamos en cuenta distintas variables, como la clase social, la edad y el género, que se cruzan con estos contextos de crimen organizado. En mi experiencia como investigadora, las personas que han sufrido violaciones de derechos humanos, como las de esta investigación, pues son muy generosas en abrir su historia, su corazón, porque realmente hay un montón de emociones implicadas”.
Las historias ayudan a visibilizar el fenómeno, precisa, “porque los fenómenos no existen si no los nombramos, si no los visibilizamos y les ponemos nombre y apellido, si no los hacemos públicos. Tratamos de incidir desde la academia, a través de estudios serios que traten de impactar la política pública que hay, que está ausente, porque buena parte de los resultados es que hay una ausencia de atención y de protección a estas personas. Me parece a mí siempre muy loable y resaltable la disposición que tienen las personas a compartir y reabrir heridas”.
Luisa
“En muchos velorios en México, el cuerpo de la persona fallecida se vela por al menos 24 horas. A los familiares de Luisa les dijeron: antes de que baje el sol se tienen que ir. Así estaba la violencia. No podíamos ir vestidas de negro, porque esa gente está vestida de negro. Vivíamos el duelo de rosa, azul. Y obviamente tienes que velar a tu familiar con la tapa cerrada porque no dejaron nada. Era un dolor que te ardía por dentro”.
Lucía
“Me gustaba drogarme, ir a las paries (fiestas) y más que nada, no sentirme sola. Pensaba que si estaba con ellos (la pandilla) nadie me iba a hacer nada. Me la pasaba con ellos tumbando gente, robando, golpeando a personas, por ejemplo, a quienes no querían drogarse. Muchos de mis amigos de esa época desaparecieron, otros están en la cárcel”.
Manuel
“Comenzó a hacerse de más amigos que traficaban con drogas, que se dedicaban a halconear, a señalar a quién secuestrar o poner gente: eran jóvenes normales que trataban de meterse a un círculo para identificar quién tenía dinero y ponerlo o secuestrarlo”.
Jonathan
“Jonathan mostró una grande y profunda cicatriz en su tobillo izquierdo. Cuenta que estuvo a punto de perder el pie hace menos de un año cuando cuatro pandilleros de la Mara 18 lo acuchillaron. Dice que lo atacaron para meterle temor y obligarlo a entrar a Las Maras”.
Laura
“Un grupo criminal se llevó a Leonel (su hermano) más tarde estos se comunicaron con la familia para pedir de nuevo 5 millones de pesos y las propiedades, el mismo modus operandi de las personas que se habían llevado a su padre un año antes. La familia se había quedado con deudas y sin posibilidad de pagarlas”.